miércoles, 14 de agosto de 2019

Amanecer.

No puedo dejar de verme.

En una mesa rodeado de niños con los que me es imposible hablar, viendo cómo todos se divierten o hacen lo que tienen que hacer, mientras yo estoy con la mente en otro lado, imaginando cosas que no entiendo, formando figuras inexistentes en mi mente. Salgo al patio, hay niños jugando, yo sólo me siento a ver. No entiendo de qué se trata esto, no sé lo que se debe hacer aquí, sólo sé que mi mamá me trae todos los días y espera por mí todos los días a la misma hora.

Estoy sentado en una esquina de la calle, temeroso esperando a que pase el camión, temo avisar a mi madre que ya se acerca el camión, no sé si sea o no, porque no sé leer y todos son de distintos colores. Aún así, siendo un idiota, mi madre confía en mí para que yo le avise cuando el camión esté cerca.

Mi madre me dio dinero, quiero ir a la tienda a comprar un gansito o cualquier otra cosa que me alcance. Salgo a la calle y a lo lejos veo a mi hermano y sus amigos, para llegar a la tienda tengo que pasar por ahí, me da miedo porque no sé si me van a decir cosas o sí se van a burlar de mi cuando venga de regreso con mi gansito.

Mi madre me levantó temprano para llevarme a la natación, es sábado, no sé por qué tengo que ir o para qué. Detesto el olor del cloro en la alberca, odio la actitud de la entrenadora y no me llevo bien con los demás niños. Aún así, me llevan a nadar. En el camino mi madre me pregunta que si al salir de nadar me gustaría pasar a rentar un juego de Super Nintendo.

Estoy de pie en la puerta de la escuela, veo cómo mi madre se aleja poco a poco. Voy caminando hacia mi salón pero en el camino una maestra me detiene. Me toma de la mano y me lleva a la dirección, yo no debía estar ahí, ese día era la peregrinación, todos tenían que ir, es por eso que no habría clase. Pero yo, como soy un idiota que nunca pone atención, nunca me entero de las cosas. Estuve ahí esperando a que pasaran por mí, sería un buen rato, los celulares son prácticamente inexistentes, para avisar a mi madre tienen que esperar a que llegue a casa para después hacerla regresar.

Llego al salón y veo que todos los niños tenían bicicletas, pregunté por la mía, pero me entero de que cada quien debía llevar su bicicleta. Todos las adornaron con flores y con globos, un niño incluso llevaba un carrito de esos que tienen pedales, estaba forrado de negro y tenía el logo de batman, era el batimóvil. Recuerdo bien su nombre, se llamaba Pablo, era un niño al que se siempre se le salían los mocos. Yo estaba ahí de pie, viendo a los niños circular en sus bicicletas, algunos acompañados de sus papás. Era el desfile de la primavera, pero nunca me enteré, porque cuando dieron el aviso, yo estaba sentado en mi lugar, pensando en otras cosas, viendo figuras en mi mente. De todos modos no tenía bicicleta y aunque tuviera, no sabía andar en ella.

Estoy acostado, viendo a la nada, confundido, pensando que soy flojo, sin entender el problema real.

No puedo dejar de verme, no puedo dejar de pensar en esa gran persona que fui, esa persona de la que no queda nada. Me veo y me dan ganas de abrazarme. A veces me pregunto cómo fue que desaparecí, cómo pudo ser posible el cambio, pero es fácil entenderlo después de desenterrar tantos recuerdos, esos recuerdos tan sencillos, tan sin chiste, tan equis. En cambio, los peores recuerdos son más fugaces, esos sólo se hacen notar y se apartan de inmediato.

¿Qué hubiera sido de mí si alguien me hubiera entendido? Jamás lo sabré.

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