No recuerdo si era en el PSX o el PS2, pero estábamos jugando algo. Era en aquellas épocas en las que pasaba mis tardes jugando playstation o haciendo cualquier cosa con tal de no salir de mi casa.
—¿Y si vamos a comprar dulces? —me dijo mientras estaba la pantalla de carga del playstation—.
—¿A dónde? Por aquí ni hay nada chido. —siempre negativo, con intenciones de agotar opciones—.
—Ándale, vamos en la bici, a un lado de la pulga hay una dulcería que está chida.
—Pero nada más tú tienes bici.
—Tú maneja y yo me voy en los diablitos.
En ese momento me quedé helado. No sabía cómo ocultar ese terror de salir a la calle, ¿por qué? Porque alguien como yo no podía andar en bici así nada más sin hacer el ridículo. No era posible, ¿cómo me iban a ver todas esas personas en la calle?
¿Qué iban a decir?
¿Qué iban a pensar?
—Ándale, vamos, está cerca y hay dulces chidos.
Mi hermano menor me estaba pidiendo algo muy sencillo, algo que al mismo tiempo era terrible y me atormentaba demasiado. Mientras infinidad de cosas daban vuelta por mi cabeza, él ya estaba en la cochera esperándome.
—Ándale, ya vámonos.
Me subí a la bici, arranqué despacio y a los pocos segundos él ya estaba en los diablitos. La dulcería no estaba tan lejos, pero tampoco estaba tan cerca como para ir caminando.
Recuerdo perfectamente el recorrido, no parábamos de reír mientras decíamos tonterías y yo trataba de esquivar los baches. Llegamos a la dulcería y el compró los dulces de tamarindo que más le gustaban, los compró con dinero que el juntaba. ¿Yo? Yo no compré nada, no tenía dinero, como buen pendejo.
El regreso fue aún más divertido, porque ahora teníamos dulces. Llegamos a la casa y seguimos jugando playstation y comiendo dulces de tamarindos.
—Man, tenemos que ir más seguido a comprar dulces, estuvo muy chido.
Cuando escuché eso sentí algo muy cabrón, porque no sabía si alguna otra vez tendría el valor de volverlo a hacer. Sí, algo tan sencillo, no sabía si podría hacerlo una vez más. Durante el recorrido me olvidé de todo lo que me estaba matando, en esos minutos la pasé tan bien que ese recuerdo se quedó para siempre.
Nunca más lo acompañé, no pude hacerlo. También me di cuenta de lo estúpido que hubiera sido jamás haberlo acompañado.
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